Difícil me lo pones, le respondí a un amigo que me pregunto por mi opinión sobre el «Harakiri» político, del ahora ex honorable, Jordi Pujol.
Y ciertamente, continué diciéndole, su carta me parece patética y como tal mueve a sentir cierta pena o compasión en una primera lectura, pero resulta ser un modelo de cinismo tras una segunda lectura. Tal carta es, sin duda, un documento escrito con una calculada intención.
Pero ¿cuál es esa intención?
Pensar que Jordi no da puntada sin hilo sería muy simplista e incluso un insulto a la inteligencia del padre del nacionalismo catalán, que no independentismo catalán.
Jordi ha sabido tejer una estrategia política de ser leal a Madrid, bajo precio, sin dejar de ser catalán, que ha permitido crecer, a modo de clientelismo, creando un oligopolio de negocios, desde los productivos a los financieros pasando por los especulativos, dentro de un territorio que tiene una población de 7.500.000 de habitantes a los cuales el Estado Español les saca el 16 % del total de los impuestos que recauda.
Tal bonanza económica ha permitido engordar las cuentas particulares de muchos a la sombra de los contratos que venían desde la Generalidad, controlada por Jordi por medio de su partido. Y sabido es que aquí, en general los partidos políticos han sido como agencias de reparto entre trúhanes.
Tal sistema clientelar funciona sobre la confianza mutua, sobre un eje repartidor, que da, cobra y reparte lo que cobra. Lo que se da puede ser un contrato, una licencia o un trámite, algo que dará un beneficio al que lo recibe, y lo que se cobra suele ser un porcentaje sobre el valor de lo que se recibe, que se puede pagar en dinero o en especie. El reparto suele ser desigual, porque como dice el refrán: «el que reparte se lleva la mejor parte».
Jordi habría instaurado un sistema así, que daba a los políticos de Madrid apoyo en las cortes para sacar sus leyes y estos, a cambio, le dejaban hacer en Cataluña, donde repartía favores y los cobraba para sí y para el resto de sus conjurados, donde sus lugartenientes eran principalmente sus hijos, que repartían y retraía a su conveniencia.
Jordi ahora tenía una imagen pública de abuelo bonachón, algo cascarrabias, que vivía en un piso confortable, sin lujos, que tras sacrificarse en la labor publica se entretenía en escribir sus memorias al lado de su fiel Marta, como si fuera el depositario de los valores cristianos tradicionales catalanes, representados en el «Bon Seny”, libro escrito en catalán que Franco hurtó de librerías y bibliotecas para hacerlo quemar.
Y ahora, de repente, como el Samurái, va Jordi y se hace el «harakiri» al explicar que ha defraudado a la hacienda pública, que es la única acción no permitida y que nunca debe de hacer el perfecto mafioso, como nos demuestran las biografías ejemplares de Al capone o Pablo Escobar.
¿Por qué razón?
No lo sé a ciencia cierta, y me pregunto si estamos ante la loba que se hace ver al cazador en el monte y lo lleva en su persecución hacia el lugar más alejado de su cubil, salvando así a su prole aún poniendo en riesgo su propia vida.
Podría ser, pues no existe riesgo de cárcel, dada su edad, y mucho menos de pérdida de su abundante fortuna, diversificada entre sociedades, testaferros y paraísos fiscales.
Por lo tanto sacrificaría sólo el honor y ese es un concepto con diversas interpretaciones según sea quien lo considere y que está sujeto al olvido, y eso en Cataluña debe de ser algo muy corriente, pues gentes que deberían de ser públicamente apartadas de los cargos públicos por alguna fechoría luego te los encuentras bien colocados, e inclusos algunos son subidos al “Olimpo” de la ejemplaridad, como el caso del Presidente de los Graduados Sociales catalanes que de ser condenado por estafa a la Seguridad Social ha recibido años después la (http://elgraduadosocial.com/blog/el-deprestigio/) Gran Cruz de la Justicia Social del Consejo Superior de Colegios de Graduados Sociales.
Pero, además, el honor, la honra y la reputación están extremadamente ligadas, y se asocian más al concepto de la imagen personal, que es eso que se puede fabricar a poco que te busques un par de trucos de publicidad y de eso ya ha empezado a encargarse la prensa afín, como “la vanguardia” cuyos artículos exculpatorios de la conducta defraudadora de Jordi no tienen desperdicio.
Así que mucho me temo que Jordi no se ha hecho el “harakiri”, más bien está haciendo un pulso al pueblo demostrando que él es el que manda y que paga lo que quiere y cuando quiere y, además, que no va a dar explicaciones en el Parlament, pues faltaría más, ¿de cuando acá los amos dan explicaciones a los súbditos?.
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