Leí no hace mucho que la Dra. Catherine Hakim, socióloga de profesión había llegado a la conclusión, tras un estudio estadístico, de que las mujeres en general buscaban maridos que ganaran más dinero que ellas con la finalidad de así tener más medios para poder criar de una forma más desahogada a los hijos.

Ignoro cuanto tiempo ha invertido la susodicha socióloga en la elaboración de su estudio y en llegar a esa conclusión, que a mí me suena a verdad de “Perogrullo”, es decir que se trata de algo tan evidente como decir que si meas contra una pared has de tener cuidado de no mojarte los zapatos. Aunque esta última circunstancia quizás la desconozca la dicha socióloga por razones fisiológicas obvias.

A mi estos supuestos y avezados intelectuales que dicen que descubren lo evidente y además lo enlatan como bien propio me resultan inicialmente algo pedantes, aunque luego cuando veo que realmente lo que quieren es venderte su libro, que en al caso de Catheline se llama el “capital erótico” , comienzo a entender mejor porqué dice lo que dicen.

Es evidente que hoy en día no hay antropólogo social que se precie que no admita que el matrimonio, esto es la búsqueda de un marido,  fue un invento de las mujeres que les vino impuesto por su condición de ser madres y por lo tanto responsables a priori de las cría de sus hijos. Ya hace tiempo que la antropóloga social norteamericana Helen Fischer, que también escribe libros, nos descubrió que eso del amor es química temporal que se convierte en algo duradero por motivos básicamente económicos.

Y el mayor de esos motivos económicos que hizo que el matrimonio fuera inventado fue sin duda la necesaria supervivencia de los hijos, algo que igualmente supuso que las hembras de la especie “Homo”  mudaran de patrón de conducta sexual pues sin duda se dieron cuenta de que si bien el ser promiscuos, es algo que inicialmente es placentero, tenía más inconvenientes que ventajas.

Y el primero de esos inconvenientes era el embarazo, hecho este que al parecer no se ligó al acto sexual en el inicio de la vida social de nuestra especie. Así que hembras y machos se pareaban en cortas relaciones sexuales, con entera libertad y sin compromisos. Pero al surgir el inevitable embarazo y parto las hembras se quedaban solas en las obligaciones de atender las exigencias de las crías.

Fuera por propio discurrir o por los ejemplos que existen en otras especie animales, lo cierto es que la existencia de un macho que se interesara por una hembra con cría resultaba más beneficioso para la crianza de es hijo de padre inicialmente desconocido. Así que las hembras de nuestra especie se dieron cuenta  de que les interesaba tener un macho fijo y ahí comenzó la institución del matrimonio.

Ahora viene la citada socióloga británica y nos dice que tras su estudio ha comprobado que en los albores del siglo XXI de nuestra era, después de llevar habitando la tierra desde al menos que se sepa 1,5 millones de años, resulta que las mujeres actuales  hacen casi exactamente lo mismo que sus ancestrales abuelas.

Y lo que más me alarma de sus conclusiones, dadas mis esperanzas de algún día ser abuelo de una nieta, es que dice que incluso cuando la mujer alcanza un nivel de educación y profesionalidad suficientes para tener su propia autonomía económica, esa tendencia de las mujeres de buscar pareja con un nivel de ingresos superiores a los propios, sigue siendo elevada.

¿Por qué se da ese patrón en la conducta de las mujeres?

Me pregunto si estamos  ante un reflejo de una socialización educativa machista o simplemente y llanamente, para la mujer el tener una pareja con elevados ingresos sigue siendo la  solución económica mejor para la crianza de los hijos, que es en definitiva la misión que la madre naturaleza le ha dado en exclusiva  para la preservación de la especie.