La acusación hecha sobre la abogada gallega Rosario Porto de haber matado a su hija Asunta Yong-Fang me ha hecho recordar otros sonados casos de parricidas gallegas, como el de Mónica Juanatey o el de Aurora Rodríguez Carballeira, confesas ambas de haber matado a sus hijos, la una ahogándolo mientras lo bañaba, la otra a tiros de revolver.
Las tres, lo digo dejando salvada la presunción de inocencia de Rosario, tendrían en común, aparte de ser gallegas, el que sus hijos en un momento dado de sus vidas les han podido resultar una molestia, un estorbo, en definitiva una contrariedad en sus planes de vida y por ello el homicidio les ha podido parecer como una liberación, a pesar de ser un horrendo crimen.
Descarto con ello que el crimen de Santiago sea un crimen por compasión o por venganza, pues no hay elementos objetivos que hagan sospechar tales circunstancias, y creo más la tesis de que detrás de ese asesinato hay un móvil semejante al que hubo en las otras parricidas dichas.
Mónica contó, en el juicio, como tras haber ahogado a su hijo, lo tuvo en sus brazos durante cuatro horas llorando por lo que había hecho. Claro que luego de tal cosa no fue a entregarse a las autoridades sino que lo metió en una maleta y tras borrar todos los rastros que supo, no los suficientes como el tiempo luego demostró, no dudó en tirar por un terraplén de la costa menorquina el cadáver de aquel hijo de soltera que en definitiva le impedía una vida libre de cargas filiales con un novio nuevo, luego resultó que eran dos.
En el caso de Rosario ya se barrunta una historia parecida, pues ya las gentes maledicentes de Santiago dicen que lo que buscaba era ser libre de aquel papel de madre modélica, que esperó 18 meses a tener la niña china que había solicitado, pues hay un ciudadano marroquí, otros dicen que un amigo del marroquí, con el que preparaba irse próximamente a vivir una nueva vida, como si eso fuera posible en el ser humano.
En el caso de Aurora, el suyo fue un crimen más bien porque su niña, ya con 18 años, le había salido respondona y no estaba dispuesta a seguir en el demencial experimento de su madre por crear un prototipo de la mujer del futuro, donde además de la esclavitud intelectual a la que la sometió debía de permanecer virgen cuando ella lo que quería era irse con un señor de Barcelona que además era anarquista (Aurora era una conocida francmasónica, con el nombre de “Ara-sais” y sabido es que ambos pensamientos son como el aceite y el agua, que se repelen) .
Sin duda para mí, en el trasfondo de estos crímenes está presente el egoísmo, el humano egoísmo, en cualquiera de sus formas. Pero además creo que hay un componente de codicia y otro de desprecio por la vida de los demás. La Codicia, entendida ésta como el deseo vehemente de obtener algún beneficio, que es la que lleva a despreciar al otro hasta el punto de matarlo, incluso siendo tu hijo.
Cuenta Doña Emilia Pardo Bazán, ilustre coruñesa, en uno de sus cuentos realistas, la historia de una pareja que vivía en una aldea, no lejos de Santiago, que queriendo comprar una vaca y no tener “cuartos” (dinero en Galicia) para ello, pero que sí tenían una chica acogida, que era una suerte de adopción de los pobres, que además de mozuela era todavía virgen, y que les producía gasto más que beneficio, no dudan en matarla para sacarle el unto, grasa del interior del cuerpo de un animal, que llevaron a vender a un boticario santiagués que tenía fama, incierta fama, de cómpralo para elaborar potingues .
Qué pasa por la mente de estas madres que les ciega hasta esos horribles actos no lo sé. No sé si se trata de una suerte de locura que les ciega hasta el punto de creer que, además, sus crímenes no van a ser descubiertos,no en el caso de Aurora pero sí con Mónica y con Rosario. O por lo contrario se trata de que pierden el sentido de la realidad y se crean una fantasía que desarrollan sustituyendo con ella al sentido común, lo que en Aurora se evidenció más tarde durante su estancia en prisión.
Lo que sí está para mí claro es que en ninguno de los tres casos mencionados estamos ante la “ Medea” de Eurípides, que se siente obligada a matar a sus propios hijos, para evitarle sufrimientos futuros, en un acto de loable sacrificio.